Un mini-cuento: "Página 75"

“Las acciones del cuerpo son las explicaciones del alma”. Por al menos 4 segundos no fui capaz de soltar el aliento. Me atraganté con mi propia saliva, se me cayó el libro que tenía sujeto sólo con mi mano derecha, mientras la izquierda se apoyaba sobre mi muslo de forma casual. Era una postura que siempre me había parecido elegante, con cierto aire intelectual.

Intenté agacharme a recogerlo, pero no fue más que un vano intento: mi espalda presionaba con firmeza, recordándome que no habían pasado dos días desde que apagué las 46 velas en la tarta aquella que me obligué a comprar, simplemente para que no me repitieran lo amargado que me había vuelto. Una cara feliz en coloridas cremas y un gusto amargo que llegaba hasta la boca de mi estómago. Odiaba las tartas, los cumpleaños y las caras felices.

Traté otra vez de recogerlo y esta vez mi musculatura cedió a las presiones. Le quité el polvo acumulado en la mugrienta moqueta, un par de pelusillas rebeldes que rápidamente se pegaron a mis pantalones de lana, y me dispuse a continuar la lectura. No podía. Mis ojos no se despegaban de aquella frase: “Las acciones del cuerpo son las explicaciones del alma”. Malditos libros de sicología y autoayuda. Jamás había encontrado nada en ellos y ahora me daban en toda la cara, con un golpe seco, doloroso.

No, no quiero pensar que lo que hice tuvo sentido o que significa que sentí algo. No, lo hice por hacerlo, porque no estaba en mi centro, porque fui obligado. No, seducido. Eso es, me sedujo y caí. Había bebido de más, me había fumado un porro de marihuana y mi cabeza iba a una velocidad distinta. Siempre me ocurría lo mismo. Incluso vomité a los dos minutos de echar a andar, porque mis pasos y los suyos iban descompensados, provocándome un inexplicable mareo. El libro se me volvió a caer de las manos. La mujer sentada a mi lado miró de reojo, haciendo un gesto desagradable y cruzando la pierna hacia el lado contrario de mi asiento, dejando claro que no quería hablarme. Al menos en algo coincidíamos. Recogí el libro, otra vez en medio de una punzada aguda de dolor, pero algo más acostumbrado al movimiento.

Maldita página 75. Cogí el libro en la misma página. Al menos si accidentalmente se hubiese pasado, quizás hubiese continuado como si nada. Quizás hubiese sido capaz de engañarme sin más. ¿A quién engaño? La puta frase no se irá de mi memoria. “Las acciones del cuerpo son las explicaciones del alma”. Pero, ¿qué tengo que explicar? Mi pregunta resuena en mi cabeza, se agranda, la inunda.

Respiraba agitadamente, con bocanadas entrecortadas de aire caliente. Notaba como subía la temperatura de mis brazos, de mi cuello, mientras un frío antártico se me colaba por medio de las vértebras. Solté un gemido. Nada. Nadie. Sólo el culo de la mujer de al lado que cada vez parecía más grande.

Me solté un poco la corbata, miré hacia arriba como hacía siempre que quería encontrar una respuesta, claro que esta vez no tuve éxito. Sólo tenía al libro, una imprudente cita y una pregunta que me acosaba sin descanso. Me levanté sin hacer demasiado ruido y con mis cosas recogidas de antemano, para no dar posibilidad a nadie de reaccionar. Salí a la calle, tiré el libro a la basura, dejé mi abrigo en el respaldo de un viejo banco de madera y nunca volví.

0/Post a Comment/Comments

Artículo Anterior Artículo Siguiente