Roma (Crónica de viaje - día 5)

El lunes fuimos directamente a El Vaticano en metro, aprovechando que estábamos en la misma línea. Nada más llegar, nos encaminamos hacia los Museos Vaticanos para hacer efectiva nuestra reserva. La cola de los que no habían reservado ya era importante a las 9 de la mañana. Como todavía teníamos una hora (habíamos dicho a las 10), nos tomamos un café antes de entrar y probamos suerte para ver si nos dejaban pasar antes. Sin problemas, cruzamos las varias y confusas etapas de seguridad y control, para luego comenzar el recorrido por el interior de este gigantesco lugar.

Ya saben que no soy carne de museos y que me aburren rápidamente. Aquí me pareció que habia estancias impresionantes y otras, bastante penosas. Algunas las encontré excesivamente oscuras, otras un poco perdidas. No obstante, había interesantes cosas para mirar y admirar.

Notorio era el objetivo de los turistas: la Capilla Sixtina. Casi todo el mundo optó por el recorrido corto, pero nosotros, sin pensarlo, fuimos pasando por todas las etapas previas, con mayor o menor rapidez, dependiendo del interés que nos despertase. Después de unos cuantos pasillos, habitaciones y escaleras -entre las que me gustó el museo Cartográfico y las dedicadas a Rafael, llegamos a la dichosa Capilla. Es impresionante y, a la vez, decepcionante.

En mi cabeza, la Sixtina era otra cosa, mucho más grande, luminosa y espectacular. El lugar estaba lleno de turistas, llenísimo. Pero todo se ve en pequeño, los techos están muy altos, la luz no era la mejor y había muy poca paz para disfrutar el momento. Saqué alegremente un par de fotos hasta que vino un guardia y me gritó en italiano que guardase la cámara. El cartel de "NO FOTOS" era enorme, pero no había procesado la información y me sentí como todas las personas que pisan el cesped al lado del cartel de prohibición o las que arrojan basura en la calle. El típico cavernícola con actitud contraria al civismo. Pero bueno, ya estaba hecho.

Nos encaminamos hacia la salida y, al llegar a la calle para ir con dirección a San Pedro, nos dimos cuenta de que la cola para entrar se había multiplicado por 5 o más y que los tiempos de espera superaban la hora y media. Sinceramente, recomiendo reservar todo lo que se pueda con anterioridad. No estoy dispuesto a pasar mis vacaciones esperando...

En San Pedro, como no, había una cola inmensa para los arcos de seguridad, pero se movía rápidamente. Justo delante de nosotros, dos mujeres -una joven y otra de mediana edad- insistían en pasar con sus respectivos bolsos, sin dejarlos en la cinta del escáner. Me preguntaba yo: ¿nunca han pasado por seguridad? ¿llegaron a Roma en patera o a pie? En fin, que tardamos un poco más gracias a ellas...

Dentro de la catedral hay una cantidad de tesoros artísticos impresionantes. El lugar es bonito, llamativo y completamente turístico. La verdad es que la devoción y el recogimiento no habían ido ese día. Todo está preparado y previsto para los visitantes. Vimos la famosa Pietà, que era más pequeña de lo que yo imaginaba, y otras muchas cosas: frescos, esculturas, detalles arquitectónicos, etc. Después de una larga vuelta, decidimos subir a la cúpula.

Subimos el primer tramo en ascensor, pero nos quedaban unos 370 escalones hasta arriba. Debo decir que este particular paseo no es apto para todo el mundo: es cansador, hay momentos en que es imposible parar a descansar o dejar pasar al resto; y, otros, en que alguien con un poco de claustrofobia lo puede pasar mal. Pero, al llegar arriba, las vistas de Roma son alucinantes si es que el gran número de turistas te permite asomarte.


La bajada no es mucho mejor que la subida, porque ya tienes las piernas lacias del esfuerzo y cuesta mantenerlas firmes. Pero, al menos, es de bajada. Al llegar a "tierra", descansamos un rato y decidimos dejar El Vaticano. Cogimos dos autobuses que nos llevaron bordeando el Tevere hasta la via Marmorata para comprar en la tienda aquella de quesos, dulces y pasta que habíamos visto días antes.

Casi 4 kilos de queso después y 1/2 kilo de pasta fresca, salimos por la puerta y entramos a una trattoria romana que estaba al lado. Un sito absolutamente típico nos recibió con una comida deliciosa típica: la pasta, perfectamente preparada, de primero; y un segundo que, en mi caso, fueron unos calabacines enteros rellenos de carne y tomate, que estaban deliciosos. De postre, zuppa inglese, que no decepcionaba nada y un espresso.

Volvimos a casa sobre las 16:00 a dejar las compras, descansar un rato y volver a la calle para aprovechar las últimas horas en la ciudad. Otro café, paseo tranquilo por los alrededores del departamento y entramos a Santa Maria Maggiore, ya que sólo la habíamos visto por fuera. Como todas las iglesias en Roma, era una obra de arte en sí misma. Como ya se acercaba la hora del cierre, al poco de entrar apagaron las luces del impresionante techo y del altar, dejando sólo algunas luces de las naves laterales.

Salimos a la calle, otra vez después de un buen rato disfrutando del lugar, y entramos en una multitienda italiana a mirar. No había muchas cosas interesantes, pero salí con un libro de expresiones típicas del idioma, su uso y significado, que me costó baratísimo. Habíamos pasado al Panella a comprar pizza al corte y nos fuimos a cenar a casa, a terminar de hacer maletas y preparar todo para el regreso a Madrid.

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  1. Anónimo19:44

    Como te dec´´ia antes, tu caminas, tu te cansas y yo disfruto desde mi casita.

    Me hubiera gustado estar en el t´´unel, calustrofobicamente hablando, habr´´ia salido en los periodicos

    Chilena loca agarra a todos a garabatos en castellano e italiano(todav´´ia reuerdo los que usaban en mi casa)
    (¡como puedo arreglar la acentitis de mi notbook?)
    mam´´a

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