Carta abierta de un gay a sus padres


Esta carta la empecé a escribir unos 3 años antes de decidirme a entregarla... La corregí, la edité y la tuve en "Borradores" durante largo tiempo, tratando de encontrar el valor de darle a "Enviar". Mil veces pensé "qué pasaría sí..." y me puse en todos los escenarios posibles que se me ocurrieron. Ninguno fue tan bueno ni tan cálido ni tan acogedor como el que viví con mi familia. Ellos son tradicionales y católicos, pero ni la religión ni la presión social pudieron vencer el amor de mis padres. Para ellos, lo más importante de todo fue que yo era su hijo y que debía haber sufrido mucho durante mucho tiempo.



Madrid, 10 de marzo de 2010

Queridos padres:

Esta es una carta que mi mente lleva meses escribiendo y corrigiendo, quizás años, pero que mis manos se resistían a traspasar al papel. Quizás por lo duro que resulta abrir el corazón y volcar el alma, por lo difícil que es mostrar las fortalezas y debilidades que me componen, por el miedo a decir sin temor que siento y vivo, que tengo ideas propias, que hay tanto por contar y tanto que ha estado en las sombras.

Sí, en las sombras. Mi vida en la luz no ha sido completa. Hay muchas cosas de mí que muchos desconocen, que nunca he querido mostrar, que siempre me he encargado de esconder, ya sea por comodidad, por cobardía, por recelo o como forma de protección ante el mundo que me rodea. Pero las sombras resultan agotadoras y siempre termina por vencer la luz. No es que mi vida sea una mentira y que las cosas que he vivido, sentido o dicho no sean verdaderas, pero es que cuando el ser no se muestra por completo, la totalidad se pierde en un abismo y el corazón termina por desgarrarse.

De eso se han dado cuenta desde siempre, cuando me reclamaban el constante silencio en cuanto a mi mundo privado, al misterio que ha parecido rondar mi ser interior. Y no niego que eso ha sido así durante mi vida. Autosuficiente y poco comunicativo en lo profundo, me he refugiado en lo externo para proteger mi metro cuadrado, mi espacio próximo, mi yo. Aunque creo que siempre lo han sabido en el fondo de sus corazones y lo que digo no tiene nada de novedoso.

Pero siento que ha llegado la hora de abrir mi corazón a los que amo incondicionalmente, a mi familia y a mis amigos. Es tiempo de compartir ese mundo interior, ese espacio tan celosamente guardado por años. Una vez me preguntaron si alguien me había roto el corazón y yo contesté que no. Mitad verdad, mitad mentira, mi corazón sí estuvo roto durante mucho tiempo, pero no fue por culpa de alguien ajeno, sino que yo fui el causante de ese dolor. Tenía tanto miedo de sentir, que me negué a hacerlo. Cerré las puertas de mi corazón y de mi mundo interior porque me sentía más seguro. Por mucho tiempo pude vivir así, pareciendo que tenía el control de las cosas, pero me engañaba, porque me dolía el alma, me sentía fuera de lugar, me faltaban demasiadas cosas para sentirme realizado.

Mi vida siempre ha estado marcada por el amor: de mi familia en primer lugar, de mis amigos, de mis cercanos. No puedo quejarme. Nunca me ha faltado una mano, un abrazo, un beso, una caricia, un oído. Y me siento bendecido por ello. He tenido una educación maravillosa, marcada por la independencia, la responsabilidad, la ternura, los mejores consejos y ejemplos. Todo ello lo guardo y lo utilizo, lo aprovecho a diario. Siempre recuerdo aquello de que la mejor herencia de mis padres sería la enseñanza que me dieron y pienso en lo certero que resulta. De todas formas, esto no lo es todo en la vida. Me faltaba otro tipo de amor para florecer, para crecer.

Luego de años de luchar con mi corazón y mi mente, de negarme a sentir, de cerrar las puertas al mundo exterior, me vi en la necesidad de dar un paso adelante. Me agotó esa lucha constante conmigo mismo para intentar ser normal, normal en el sentido en que se me había enseñado, que se había inscrito en mis valores y mi herencia. Quise amar sin temor a personas que, en el fondo, no me despertaban mayores sentimientos. Quise seguir el ejemplo de mis padres, de mis hermanos. Pero no pude con ello. Estaba destinado al fracaso, porque mi vida entonces se basaba en una frágil estructura hecha de una mentira, de una mentira que yo intentaba que mi corazón creyese.

Tanto tiempo dediqué a sostener esa estructura que finalmente se derrumbó, todo a causa de su propio peso. No era capaz de amar a quienes todos esperaban, a quién el entorno social me asignaba por defecto. No, mi amor iba en contra de lo establecido, de lo cotidiano, de lo marcado por la religión, por la moral heredada. Sin tramarlo, me enamoré de alguien que ni yo mismo esperaba. De un hombre. Sí, de un hombre tierno, dulce, inteligente y brillante. De alguien que ha llenado mi vida de una forma que no conocía. Y por primera vez me siento capaz de amar (muchas veces había dudado de mi capacidad de amar ante los fallidos intentos de enamorarme de una mujer) y me siento amado, importante en la vida de una persona que no me ha criado ni ha crecido conmigo, alguien que vino de fuera, que entró en mi vida y que, espero, pueda quedarse en ella por mucho tiempo.

El camino no ha sido fácil. Mis bases se han visto remecidas, mi vida se ha desmoronado y vuelto a montar en poco tiempo, a una velocidad que, al menos a mí, me ha parecido vertiginosa. He entrado en conflicto con mis creencias, mi Fe, mi manera de ser, mi educación y lo que mi familia espera de mí. Me he sentido desgraciado, desdichado, valiente, temerario, egoísta, poca cosa, grande, maduro, feliz e infeliz, triste, ansioso, traidor y traicionado. Horas son las que he dedicado a darle vueltas a todo lo que implica asumir una condición que, en el corazón de mi familia, ha sido criticada y desdeñada tantas veces.

Sí, porque sin saberlo, me sentía como el centro del ataque. Ante dichos como pervertidos, degenerados, enfermos y asquerosos, no podía más que sufrir en silencio porque el pervertido, asqueroso, enfermo y degenerado era yo, según lo que decían. Nunca les he culpado, porque yo mismo me he acusado muchas veces de lo mismo. Es lo que resulta de la disonancia que implica la imagen que me formé de pequeño de lo que sería mi vida según lo que se esperaba de mí, en contraposición de lo que la vida fue forjando en mi interior.

Y es que yo no decidí ser homosexual, de la misma forma en que nadie decide ser heterosexual. Es algo que llevo conmigo desde que nací y que pude notar desde pequeño. Pero asumir algo que desde fuera es criticado, no resulta nada fácil cuando no se cuenta con las herramientas necesarias…

En este camino no hay víctimas ni verdugos, culpables o inocentes. Las cosas se han dado así y, pese a los vanos intentos por cambiar el rumbo, el destino se ha trazado así y me he asumido como homosexual, no de la forma como quisiera, porque aún siento temor de reconocerlo ante el mundo. Es lo que tiene vivir en las sombras por tanto tiempo e intentar no romper las ilusiones que tenían puestas en mi futuro. Mi miedo radica en perder a mi familia por sobre todas las cosas, porque siempre he creído que jamás serán capaces de aceptarme tal como soy y que solo les provocaré un irremediable dolor. Quizás no me equivoque.

Me considero una buena persona, capaz de entregar mucho a los demás, de querer, de amar, de sentir, de empatizar con el prójimo. No robo, no he matado a nadie, soy fiel, amable e intento no dañar a quienes me rodean. Deseo lo mejor a mis pares, soy trabajador y limpio. En fin, un hombre que pasa la treintena y que se dedica a su casa, su trabajo y sus cercanos con devoción. Por eso pido que no me juzguen como desviado o enfermo, como anormal o mala persona. Soy el mismo que siempre he sido, con la única diferencia de que mi alma es capaz de enfrentarse abiertamente al mundo con la fuerza que la experiencia de los años y el amor me ha dado.

Quiero agradecer por todo lo que me han entregado y por lo presentes que están siempre en mi vida. Qué más quisiera yo que poderles responder de la manera que esperan. Lamentablemente, creo que es más válido abrir mi corazón y contarles todo lo que siento y espero, mis anhelos y planes futuros. No quiero sentir que los he defraudado ni que se empeñen en calcular el tiempo que he mantenido ocultos mis sentimientos. Me gustaría que pensaran en que por fin he adquirido el coraje para enfrentar la verdad y compartir con ustedes todo aquello que ha vivido en las sombras por años.

Solo puedo decir que lo siento, que sé que he dejado pasar demasiado tiempo y que, sin duda, lamento no ser lo que quieren que sea. Soy como soy y es tiempo de dejar de mentirme y de mentirles. Los quiero sobre todas las cosas. Espero que sean capaces de entenderme y de aceptarme por lo que valgo y por lo que soy. Creo que nunca seré capaz de agradecer todo lo que me han brindado y de utilizar las herramientas que han puesto en mis manos.

Quizás se sientan decepcionados o engañados. Mi intención nunca ha sido esa. Solo he entendido que mi felicidad como persona es alternativa a la que normalmente se esperaría, pero que resulta tan válida como la de cualquier individuo. Basta ya de esconderme y de luchar contra mis sentimientos. Me gustaría que me entendieran y que nunca olviden que, sea quien y como sea, siempre seré el mismo que han querido y que los ha querido. Nada ha cambiado en mí en los últimos años, porque la verdad es que prácticamente desde pequeño me he sentido distinto y he luchado contra ello. Lo que sí ha cambiado es mi forma de asumirme como persona y de enfrentar el mundo, y es por ello que hoy me atrevo a escribir esta carta y a abrir mi alma.

Los quiero mucho y entenderé cualquier reacción que estas líneas les provoquen, aunque obviamente preferiría que compartieran conmigo mi felicidad y mi vida, como siempre lo hemos hecho. Si no lo he contado antes y me he esperado todos estos años, es porque en mi corazón tenía una enorme confusión y no tenía claras muchas cosas. Lo que no quiero es iniciar un debate sobre lo que debe ser, sino dar un paso adelante y asumir lo que es como algo que la naturaleza, el destino o lo que sea, ha forjado en mí. No hay paso atrás ni manera de retroceder el tiempo. No hay malos ejemplos ni una educación equivocada. Es la vida la que me ha traído hasta aquí y es hora de vivirla en plenitud, en la luz y de la mejor manera posible. Espero que me acompañen.

Gracias por todo.
Los quiero mucho.

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¿Por qué publico hoy esta carta?

Porque hoy me han pedido esta carta para trabajar con familias, con padres, madres, hijas e hijos, que están atravesando un proceso difícil.

Solo espero que esta carta sirva de inspiración para muchos y muchas jóvenes que todavía viven escondidos, que no se atreven a decir qué sienten y cómo se sienten... Y también que sirva de inspiración para aquellos padres y madres que no sabe cómo gestionar la homosexualidad de sus hijos. Puedo decirles que he sido testigo de una forma de abordarlo: el amor incondicional que los padres pueden sentir por sus hijos y es el mejor regalo que pueden hacerse y hacerle a sus hijos.

La homosexualidad no se elige, se vive. No es una moda ni un acto de rebeldía. Es simplemente una cualidad más en la vida de una persona, que no la hace ni mejor ni peor persona, sino simplemente más humana y valiente al reconocerla como tal, y al permitirse vivir y amar libremente, lejos de prejuicios y, sobre todo, lejos del miedo.

Es cierto que la adolescencia es dura, pero lo es todavía más cuando ni siquiera puedes compartir tus sentimientos con otras personas. No obstante, y lejos de cualquier cliché, todo mejora. Pero mejora, sobre todo, cuando se educa, cuando se invierte en la normalización, en la convivencia libre y abierta de todos y de todas, cuando se deja de marginalizar la homosexualidad y se asume como natural, no ante los ojos de ninguna fe, sino ante el hecho de que se trata de personas con derechos, deberes y libertades bajo una ley que nos debe proteger a todos como ciudadanos de un Estado.

Todo mejora si estamos dispuestos a respetar y a acoger.

Lee la continuación de este post aquí.

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