Chile y el matrimonio igualitario: ¡Queremos matrimonio y lo queremos ya!


Que el lenguaje es una herramienta poderosa es algo sabido por todos. Se nombra aquello que existe, que es, que tiene entidad y fuerza. Que vive por sí mismo. Incluso la nada, que es nada, se convierte en algo por el hecho de tener el nombre que le corresponde.

Lo mismo pasa con el matrimonio. Hace casi 5 meses que me casé con mi marido. Sí me casé, no acordamos unirnos civilmente ni nos hicimos pareja de hecho ni firmamos un contrato mercantil. Nos casamos frente a un juez, aceptamos nuestros derechos y obligaciones y contrajimos matrimonio, con todo lo que eso implica. Desde entonces, nuestros destinos están unidos y protegidos, al menos los civiles y legales, hasta que se diga lo contrario. Desde entonces, somos iguales ante la ley como cualquier otra pareja casada en territorio español. Y eso es algo que importa. Que debería importar.

Importa porque es un matrimonio, sin distinción. No es heterogéneo ni gay; no es especial ni requiere adjetivos.

Importa porque nos iguala ante la sociedad, ante el Estado, ante la Constitución y ante cualquier situación del ámbito civil.

Importa porque nadie puede poner en duda su valor ni negarnos los derechos que hemos adquirido: herencias, últimas voluntades y cualquier acceso como los individuos casados que somos.

Importa porque se llama como tiene que llamarse, sin eufemismos. El Acuerdo de Unión Civil chileno es un gran paso adelante, pero Chile necesita el matrimonio igualitario. Si bien se anunciaban grandes catástrofes y castigos divinos hace 11 años, cuando se legalizó en España, nada de eso ha ocurrido. (Al menos, seguimos creyendo que el segundo mandato de Zapatero y el de Rajoy no han sido nuestra culpa, sino que ellos han sido simplemente inútiles como gestores de un país en una profunda crisis). Incluso los dichos del Pastor Soto de que las inundaciones en Santiago eran producto del izamiento de la bandera gay en Providencia no se sostienen por ningún sitio...

Pero no nos desviemos del tema: Chile necesita contar con el matrimonio igualitario. Todos, chilenas y chilenos, tenemos derecho a ejercer como contrayentes matrimoniales con quien queramos, adulto y con sus facultades. ¿Por qué, podrá decir alguien? Y la respuesta es muy sencilla: ¡Porque sí!

Haberme casado fue para mi un hito en mi vida, por varias razones que ya he descrito en este blog. Pero vuelvo a decir la esencial: porque nunca creí que podría casarme con la persona que amaba y hacerlo, rodeado de familiares y amigos, fue algo maravilloso e inolvidable. Quizás podría haberme casado con una tapadera y haber tenido una familia miserable como han hecho muchas otras personas para cumplir con los mandatos sociales; no obstante, siempre creí que hacerle eso a una mujer, en mi caso, y a nuestros posibles hijos, hubiese sido una auténtica mariconada.

Soy un hombre casado con otro hombre, y me siento muy orgulloso de serlo. Cada vez que lo presento como mi marido, algo se remueve en mi interior y se reafirma no solo mi amor por él, sino mi fortaleza para decir en voz alta y bien clara lo que hasta hace poco tiempo me atormentaba y no podía. Y esa sensación de libertad, de justicia y de igualdad es maravillosa. 

Vivir sin miedo, amar sin miedo y expresarlo libremente es uno de los mejores regalos que les podemos hacer a miles de chilenas y chilenos que, por una simple cuestión civil, que lamentablemente depende de personas que se llenan la boca de moral -aunque después actúan de forma inmoral para ajustarse los sueldos y arreglarse el futuro- y que, por lo tanto, está sometido a sus juicios personales, cuando realmente se trata de una cuestión social, laica y jurídica, como establece la Constitución.

¡Queremos matrimonio y lo queremos ya! Me sumo a todas las personas que ahora mismo lo exigen y que presentan los trámites necesarios para su discusión en el Parlamento. Yo a esas instancias no llego, pero desde aquí cuentan con todo mi apoyo y mi compañía en la lucha.

Tomás Loyola Barberis
Fundador Coming Out Campaign

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